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Revueltas y el cine II

  • Elías Razo Hidalgo
  • 10 abr 2016
  • 5 Min. de lectura

De cómo a José Revueltas un viaje al paraíso del proletariado le asienta sus bases antidogmáticas (que tardarán en madurar), además de adquirir nuevos conocimientos cinematográficos.


Escoger a militantes comunistas en México para otorgarles un premio por sus servicios prestados a las “luchas por las reivindicaciones de los oprimidos de la tierra”, al parecer no sería cosa difícil de realizar a mediados del año 1935. Cuando se solicita representantes mexicanos para acudir al Congreso de la Internacional Comunista que se efectuaría en Moscú, capital de la URSS, no fue un problema elegir a Miguel Ángel Velasco y José Revueltas, grupo que lideraba Hernán Laborde, y que se reunirían en Moscú con la avanzada conformada por Ambrosio Figueroa y Evelio Vadillo, que ya se encontraban trabajando y estudiando en la Unión Soviética. Allá, hombro con hombro, bajo aquella luz sustancial de la experiencia comunista, rememorarían sus estancias y experiencias en las Islas Marías y renovarían sus juveniles amistades.

El viaje le proporcionaría a José Revueltas experiencia y conocimientos novedosos que aplicaría en el futuro, su militancia de escritor y su conocimiento cinematográfico, porque, ¿qué otra cosa era José Revueltas sino esta integración de personalidades en su cuerpo y espíritu de político activo?

Se contaba que cuando hubo que elegir a quienes tenían que ir a incendiar las praderas y avivar la revolución al interior del país, bastaba con señalar a Revueltas, a Vadillo, a Miguel Ángel Velasco y fin. A ellos se les encomendaba cumplir cualquier tipo de tarea del Partido Comunista Mexicano, y Revueltas no tenía remedio: iba y venía de cualquier comisión, no se le veía reposar, al parecer cargaba en sus espaldas la urgencia de dar a conocer la palabra sagrada, parecía más un misionero del siglo XVI en la Nueva España, que un militante comunista.

En él era una necesidad urgente llevar las palabras de libertad a los miserables de la tierra. Sus incursiones forzadas en la Islas Marías, en cárceles en la ciudad de México y en el norte del país, eran la confirmación de que Revueltas quería mostrarse como un digno militante a toda prueba, comprometido con la revolución, ni más ni menos. Siempre quiso que lo vieran así, sin medir consecuencias, ni atender las peticiones familiares para que disminuyera su intrepidez en los actos del partido. Por eso, o tal vez por no tener a quien más mandar a la Unión Soviética, fueron elegidos los jóvenes representantes del proletariado mexicano para ir a darse un baño en la meca de la revolución mundial.

Este viaje dejaría pendiente el contacto que inició José con su hermano Silvestre en el aspecto de la cinematografía, puesto que el ya flamante músico lo había convidado del contacto con gente del medio y le había mostrado sus avances en las partituras que estaba montando para Redes (1936) y sobre todo para ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935) (cfr. Revueltas y el cine I), cinta crítica y críptica del género, en donde Silvestre participaría actuando como pianista de cantina en plena revolución del norte.

En Moscú Revueltas se vuelca para mostrar el trabajo que realizaban los militantes mexicanos y quiere participar en todas las mesas y en todas las reuniones, retomando su práctica de siempre sentirse y ponerse a prueba. En primera instancia no observa que los trabajos destinados a esta magna reunión mundial de los comunistas son una farsa para apoyar la naciente política estalinista que convertirían en dogmática la lucha por el proletariado, y comienzan a implementarse las purgas contra los comunistas desde el politburó soviético en poder de Stalin (el padrecito Stalin). Será en esta Internacional Comunista donde se declarará a León Trotsky el principal enemigo contrarrevolucionario de la URSS y de las revoluciones comunistas mundiales.

Se cuenta que en la inauguración del evento y al ver pasar al líder comunista a dos metros, Revueltas le grita para llamar la atención. Stalin voltea indiferente a mirar al joven gritón, entonces Revueltas al sentir la indiferencia le mienta la madre: “¡Stalin, Stalin... Chinga tu madre... chinga tu madre!”, entonces el georgiano, al sentir una especial distinción en la entonación del mexicano rebelde le comparte una sonrisa e inclina su adusto rostro, en señal de saludo fraterno.

Ante las cosas preparadas ya de este modo no habría mucho que hacer en función de una reforma de conclusiones de la Internacional, así lo intuyó Revueltas y les propone a sus camaradas mexicanos que habría que conocer “el paraíso comunista” y se dedican a recorrer Moscú y visitan museos, van a concentraciones de las juventudes comunistas soviéticas, pero y sobre todo se da tiempo para asistir a funciones de cine y observar el principal medio de propaganda que el nuevo sistema ponía a órdenes de las masas populares.

El cine para Lenin era un medio que se debe de utilizar para educar revolucionariamente a las masas, sobre todo pensando en los millones de campesinos analfabetos que el sistema soviético quería sumar al esfuerzo de la revolución. El cine es el elemento aglutinador para dar a conocer los logros que se va teniendo en el socialismo.

En tal sentido, José Revueltas observa la técnica cinematográfica del realismo socialista en la mirada del recreador del montaje, Serguéi Eisenstein, en las grandes pantallas y en medio de la efervescencia de las salas cinematográficas moscovitas. Vio y habrá sentido la intensidad con que el director letón quería inundar los ojos de los asistentes en la proyección de El acorazado Potemkin (1925), que si bien ya tenía 10 años de haber sido producida cuando la revisó Revueltas, seguía siendo muestra de lo que el nuevo arte cinematográfico soviético ofrecía a los espectadores.

También puede ver La madre (1926), de Vsévolod Podovkin, y sigue con gran interés el trabajo documental que el cineasta Dziga Vertov realizó desde El hombre de la cámara (1929) y hasta entonces se encontraba activo en la Europa oriental, experiencias todas que, con los cortes cinematográficos que vio en México sobre la Revolución mexicana, seguramente perfiló el sentimiento que venía desarrollando nuestro novelista hacia el cine como un vehículo de expresión, pero sobre todo como un medio de educación política.

Al mismo tiempo que puede admirar las joyas mencionadas de la cinematografía mundial, observa la manipulación que se puede hacer con imágenes, pues estaba siendo también testigo ocular del manejo que el sistema de purgas soviéticas está acometiendo en contra de los antiguos dirigentes de la Revolución bolchevique. El mismo Eisenstein, que había gozado de toda la simpatía del régimen político y por entonces volvía de su imposible proyecto mexicano, había caído, como los viejos luchadores comunistas, en desgracia de la gracia de Stalin, quien ya comenzaba a ensañarse con él, a verlo con desconfianza (¿pero a quién no veía con desconfianza el padrecito?), y lo tildaba de ser un espía del extranjero.

Este es el ambiente en que se desenvuelve José Revueltas en la URSS. Y entre vaciar y vaciar tarros de cerveza y vasos y vasos de vodka, abandonará de emergencia este país a finales de 1935 con la amarga noticia de la muerte de su joven hermano, el pintor y muralista Fermín Revueltas (1902-1935), y dejar en Moscú a su camarada Evelio Vadillo, que será arrasado por la historia y será la muestra y, al menos documentalmente, la cuota mexicana de las grandes traiciones de los comunistas en el siglo XX.

El regreso a México será su formación y madurez definitiva para lanzarse ya como novelista y preparar su entrada a los escenarios del teatro y los sets de la cinematografía nacional.




 
 
 

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