top of page
Buscar

El cine independiente mexicano en los tiempos de la transición ideológica y la crisis social

  • Ulises Castañeda
  • 28 abr 2017
  • 8 Min. de lectura


Tenía 15 años cuando Arturo Ripstein se acercó al, ya entonces, legendario Luis Buñuel. El joven ya tenía noción del cine gracias a su padre, el productor Alfredo Ripstein Jr., pero fue con el realizador aragonés que supo que sería cineasta un día que lo vio maniobrar la moviola: “Para mí no hubo ya otra cosa; entré en esa sala y me dije: ‘Yo no salgo de aquí jamás’. Y ahí pasé mi vida”, recuerda el realizador Arturo Ripstein.



Nacido en la capital del país, estudió la primaria en el Colegio Americano, para después cursar secundaria y preparatoria en la Escuela de la Ciudad de México, al mismo tiempo que tomó sus primeras lecciones de cine en la UNAM, antes de que fuera el CUEC (Centro Universitario de Estudios Cinematográficos): “Yo le debo todo a esta ciudad. Mis tripas, mis ojos y mi corazón, que es con lo que yo trabajo. La quiero y la odio”, ha dicho.

Gracias a su papá estuvo siempre cerca del cine, pero un día de 1958 quedó maravillado cuando en el Cine Variedades vio la cinta Nazarín, el más reciente filme de Buñuel. Fue así que decidió intentar acercarse al cineasta de origen español, pero fue rechazado.

Su primer cortometraje lo dirigió ese año. Se llamó El primer cigarro. Abandonó la carrera de abogado en la UNAM, luego la de Historia en El Colegio de México y más tarde la de Historia del Arte en la Universidad Iberoamericana. Su vocación era el cine, así que volvió a intentar ver trabajar de cerca a la leyenda de Luis Buñuel. Esta vez aceptó para el rodaje de El ángel exterminador: “Él tenía 62 años y yo 18. Al principio lo llevaba en coche y cargaba sus portafolios, después ya me dejó pasar a su casa. Conversábamos, íbamos al cine juntos. Sin ser amigos, era generoso y amable conmigo. Estaba muy solo, nadie se le acercaba: daba miedo porque era Buñuel. El genio asusta. Y la profesión no le quería, porque no podían compararse con él”, señala.

Alternó su pasión por el cine con una faceta como actor de teatro. Siempre fue un lector empedernido, así que después de leer El coronel no tiene quien le escriba y Los funerales de la Mamá Grande, se acercó a un amigo de Gabriel García Márquez para que lo ayudara a conocerlo y para que después le ayudara a escribir un guión: “Él me enseñó El cha-rro. Mi padre aceptó producir la película, pero me exigió que fuera de vaqueros, porque era lo único que se vendía en aquel momento. Así nació Tiempo de morir”, expresó Ripstein.

El primer filme contó además con la participación del escritor Carlos Fuentes, el emblemá­tico cinefotógrafo Alex Phillips y actores como Marga López y Jorge Martínez de Hoyos. Su ingreso formal a la industria se produjo tres años después, con la adaptación de la novela de Elena Garro Los recuerdos del porvenir, 1968. Posteriormente, reali­zó Juego peligroso (1966), escrita también por García Márquez y Jorge Ibargüengoitia; éste fue un periodo experimental, casi de tanteo, que dio lugar a títulos como La hora de los niños (1969) y El náufrago de la calle Providencia (1971), este último una especie de homenaje a Buñuel.

Cuando Ripstein comenzó no eran tiempos fáciles para el cine mexicano. La Época de Oro del cine nacional había terminado simbólicamente con la muerte del ídolo de Guamuchil, Pedro Infante. El séptimo arte no solo cayó en decadencia por pro­blemas económicos, sino que se había estancado en líos burocráticos y sindicales. La producción se concentraba en pocas manos, y la posibilidad de ver surgir a nuevos cineastas era casi imposible, debido a las dificultades impuestas por la sección de directores del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC). Tres de los estudios de cine más importantes desaparecieron entre 1957 y 1958: Tepeyac, Clasa Films y Azteca.

En 1958, la Academia Mexi-cana de Ciencias y Artes Cinematográficas decidió desconti–nuar la práctica de entregar el premio Ariel a lo mejor del cine nacional. El Ariel había sido instituido en 1946, y su cancelación subrayaba el estado de crisis de la industria.

Al hacer del cine un asunto de interés nacional el gobierno mexi­cano, sin saberlo, estaba cavando la tumba de esta industria.

En un panorama más grande, el mundo estaba cambiando en un escenario de terror entre guerras y revoluciones ideológicas. En el cine, la eliminación de la censura en Estados Unidos permitía un tratamiento más audaz y realista de muchos temas. En Francia, una joven generación de cineastas, educados en la crítica cinematográfica, iniciaba el movimiento de la nueva ola. En Italia, el neorrealismo había afirmado la carrera de varios cineastas. El cine sueco hacía su aparición con Bergman, al mismo tiempo que en Japón surgía Akira Kurosawa.

Mientras que en México también se realizaba un periodo de transición. Un grupo de jóvenes críticos mexicanos y españoles iniciaron este movimiento de cine independiente con la filmación de En el balcón vacío (1961) de Jomi García Ascot, que alentó la celebración, en 1965, del Primer Concurso de Cine Experimental de largometraje. De este concurso y del segundo, celebrado en 1967, surgieron directores como Alberto Isaac, Juan Ibáñez, Carlos Enrique Taboada y Sergio Véjar.

En esa década se estrenaron filmes como Los Caifanes (1966) de Juan Ibáñez; Hasta el viento tiene miedo (1967) y El libro de piedra (1968), de Carlos Enrique Taboada; y Modisto de señoras (1969) de René Cardona Jr. A la pantalla grande llegaron historias inspiradas en los grupos de moda de Rock&Roll con figuras como Angélica María, Alberto Vázquez, Los Hooligans o los Rebeldes del Rock.

La década de los 60 fue conocida por los que saben, como la etapa del Desarrollo Estabilizador con protagonistas como Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Antonio Ortiz Mena quien, en ambos sexenios encabezó la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

Sin embargo, fueron años en los que también se vivió uno de los episodios más terribles en la historia del país. Surgió un movimiento que aglutinó numerosas marchas y manifestaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde se rebelaron debido a las presiones provocadas por el control del gobierno, que culminó el 2 de octubre de 1968 con una matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.

Un par de meses antes de la desgracia, varios estudiantes del CUEC registraron con sus cámaras diversos momentos de una riña en la Ciudadela. Tras la matanza del 2 de octubre, el joven cineasta Leobardo López Arteche se encargó de organizar todo el pietaje y dirigir la edición de El grito, un largometraje docu­mental que da cuenta del movimiento estudiantil y la represión del gobierno. A la postre y hasta hace pocos años, El grito se convirtió en una obra prohibida. Es, también, el único largometraje de López Arteche, quien se suicidaría poco tiempo después.

De este suceso han surgido filmes como Rojo amanecer (1989), de Jorge Fons; Borrar la memoria (2011), de Alfredo Gurrola; Tlatelolco, verano del 68 (2012), de Carlos Bolado y Ni olvido, ni perdón (2004), de Ri-chard Dindo.

Durante los meses que precedieron la tragedia, México anunciaba proyectos de filmación como Patsy, mi amor, sobre un argumento del colombiano Gabriel García Márquez, bajo la dirección de Manuel Michel; en el mes de julio Repulsión, de Roman Polansky, se reinauguraba el Cine Regis y Luis Buñuel se iba a Francia a filmar La vía láctea. Diez días después de la matanza de Tlatelolco, el director Alberto Isaac comenzó el rodaje de la película oficial de los juegos olímpicos celebrados en la Ciudad de México, con la ayuda de otros jóvenes cineastas como Felipe Cazals, Paul Leduc y Rafael Corkidi.

Ese mes también se exhibió en la Reseña de Acapulco (que reemplazaba a los Ariel) la primera película del chileno Alejandro Jodorowsky, Fando y Lis, iniciadora del llamado cine esotérico. Su contenido experimental causó un escándalo en la audiencia y le impidió llegar a salas de cine hasta cuatro años después.

“Formo parte de una genera­ción de cineastas en América Latina para la que era importante rodar con los puños cerrados. Y yo filmaba con las manos en los bolsillos, pero tocándome un poco los cojones”, explicó Ripstein en una entrevista que concedió a El País.

La generación de Ripstein de los años 60 fue la más importante en décadas. Junto a él estuvo Rafael Castanedo, Pedro Miret y Felipe Cazals, quienes formaron el 18 de octubre el Grupo de Cine Independiente de México. Calzals fue uno de los cineastas más destacados y comprometidos con las causas históricas.

El cineasta Felipe Cazals nació en 1937, hijo de padre francés. Tras recibir una educación en escuelas maristas y militares, su cinefilia lo lleva obtener una beca para estudiar cine en el célebre Institut d’Hautes Etudes Cinematographiques (IDHEC) de París, pero la abandona luego de un tiempo. A su regreso a México, se incorpora al equipo de realización del programa televisivo La hora de Bellas Artes, para el que realiza sus primeros cortometrajes: ¡Qué se callen! y Leonora Carrington, el sortilegio irónico (1966), entre otros, reconocidos en festivales internacionales como Mar del Plata y Sao Paulo.

Ya en la asociación Cazals produce sus dos primeros largometrajes: La manzana de la discordia (1968) y Familiaridades (1969), en la que comienza a dar muestra de un estilo con temas como la crueldad, la decadencia alcohólica y el inútil esfuerzo humano, pero es hasta 1970, que se integra al cine industrial con Emiliano Zapata, una superproducción histórica producida y protagonizada por Antonio Aguilar.

En los años 70, Ripstein y Cazals hacen el cine más destacado de la época junto a Jaime Humberto Hermosillo. Cazals continúa en el cine de época: El jardín de tía Isabel (1971), relato de un naufragio español en el siglo XVI, y Aquellos años (1972), recuento épico de los últimos tiempos de la intervención francesa en nuestro país. Un año más tarde, el cineasta regresa al documental con Los que viven donde sopla el viento suave (1973), registro fílmico sobre los seris, etnia sonorense.

Mientras que Ripstein comenzó su filmografía más aclamada con El castillo de la pureza (1972) y El santo oficio (1973), además de que cedió a la tentación internacional, por lo que reunió en Foxtrot (1975) a un reparto encabezado por Peter O´Toole, Charlotte Rampling y Max Von Sydow. Cuidado sobre la base literaria de sus guiones se tornó una voluntad manifiesta en filmes como El lugar sin límites (1977), basado en la novela de José Donoso, y El otro (1984), escrito por Manuel Puig a partir de un cuento de Silvina Ocampo.

Al asumir la presidencia Luis Echeverría, el país estaba inmerso en una crisis profunda. Dentro de sus acciones le dio mucha importancia a los medios de comunicación y además el gobierno utilizó, por primera vez, también al cine como un medio de comunicación nacional.

Sin duda, el filme que mejor refleja el terror que vivieron los estudiantes en los años 60 fue el de Canoa de Felipe Cazals, que aborda la historia de cinco jóvenes empleados de la Universidad Autónoma de Puebla que deciden ir a escalar el volcán La Malinche. El mal tiempo no les permite ascender, y tienen que pasar la noche en el pueblo de San Miguel Canoa. En esos días de conflictos estudiantiles, los jóvenes son tomados por agitadores comunistas y el pueblo, convencido por el párroco local de que los comunistas quieren poner una bandera rojinegra en la iglesia, decide lincharlos.

“Sin duda, Canoa es una película de terror porque el 68 es el terror en su máxima expresión, en contra de la juventud y del relevo generacional de todos los mexicanos”, aseguró Felipe Cazals, quien también dirigió otros filmes como El Apando (1976) y Las Poquianchis (1976).

Después de los años 70, el cine mexicano vivió uno de sus peores momentos.


 
 
 

Comments


bottom of page