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Revueltas y el cine VIII. La crucifixión: el fin del teatro

  • Elías Razo Hidalgo
  • 10 abr 2016
  • 11 Min. de lectura


Los años de Israel, Los días terrenales, El cuadrante de la Soledad

Una cruz en ficción debiera haber sido la trama de estos tiempos. Ya anteriormente escribimos sobre el vía crucisen el que se metió José Revueltas en su pugna en solitario en contra de Jenkins y de cómo fue prácticamente arrojado al Este del Paraíso por haber osado señalar el trabajo del monopolio en contra de la creación y del fortalecimiento de una industria cinematográfica nacional, pero faltaría lo peor al terminar la década del 40 e iniciar la del 50: la crucifixión a que lo sometieron sus camaradas y compañeros comunistas, que no obstante de que había sido expulsado a mediados de la década del PCM y que ya militaba en las filas del Partido Popular, fundado por Vicente Lombardo Toledano, Revueltas creía fielmente en las tesis del proletariado y de la revolución socialista y ante todo se declaraba siempre un militante por la causa. En esta etapa de la autocensura, reaccionaria por naturaleza (que no autocrítica, que es por sí misma es revolucionaria), se puede vislumbrar a otro Revueltas o subrayar al Revueltas de Los días terrenales, que coincide con su inicio, producción y declinación de su actividad teatral y paralelamente su continuación en la escritura dedicada al cine.



Israel, interlocución con Jack London

Todo comenzó en 1947, ya que a la par de su actividad cinematográfica Revueltas continúa e incrementa su trabajo en el teatro, consolidado el grupo de La linterna mágica y teniendo el foro del Sindicato Mexicano de Electricistas. Se montan obras de Federico García Lorca, de Julio Jiménez Rueda, de Eugene O’Neill adaptadas por él, que atraen la atención por lo renovador de las actuaciones, pero sobre todo de la dirección que desarrolla Ignacio Retes. Es por ello que, inspirado y contagiado por el trabajo experimental y colectivo de La linterna mágica, José Revueltas se vuelca a escribir su primer obra teatral.

Israel fue la obra de teatro con la que el escritor quiso realizar una especie de interlocución y un sentido homenaje a Jack London, particularmente por su cuento El mexicano, que a manera de disculpas profesionales, por su frustrada primera adaptación cinematográfica (vid. Revueltas y el cine IV), donde Revueltas analizaba desde una óptica mexicana la lucha social y racial que se daba en los Estados Unidos, como lo hizo London desde una perspectiva norteamericana con la Revolución mexicana.

Aquí Revueltas era el creador, él podría hacer hablar a sus actores, él podría decidir sobre sus actividades, sus sueños, sus finales y sus acciones y definiciones políticas. A Revueltas ¿le removían en el fondo de su conciencia sus recuerdos religiosos sobre La Biblia? Claro que sí, de alguna manera pretendía readecuar su realidad a lo que él consideraba su paraíso.

Sobre la obra se decía en la prensa especializada del momento lo siguiente:

En Israel, Revueltas ejemplifica el trato injusto que la población negra sufre en los Estados Unidos: el asesinato de una mujer blanca cometido en la cercanía de una cabaña de negros. La huida de éstos siempre temerosos de una injusta inculpación, el amor de la hija más joven de esta familia de color por un mexicano, al que sin razón justificada acusan del asesinato, la aprehensión de éste y aquéllos, y la muerte del mexicano en el interior de un oleoducto, dieron ocasión a Revueltas para componer una estimable pieza de teatro.(Armando de María y Campos, “La realidad teatral mexicana”, en Novedades, 11 de mayo de 1950)

Israel se estrenó, en mayo de 1948 con música de Silvestre Revueltas (Sensemaya, inspirada en un poema de Nicolás Guillén, del mismo título, aunque seguramente también se ocuparon partes de La Coronela –en la versión que ensayaba Seki Sano en el propio auditorio del SME, adaptadas por Candelario Huízar y Blas Galindo y que hasta el momento están extraviadas–), asimismo se escuchó el poema “Canto de una muchacha negra”, de Langston Hughes, que habla sobre el injusto trato racial que se les daba en los EEUU a las personas de color.

La obra pasó inadvertida para el gran público, aunque no para sus camaradas comunistas que veían ya un germen de “contaminación existencialista”, en donde “el pecado” consistía en ver un vacío espiritual “individualista”, sin dar salida a lo que el dictado del dogma comunista subrayaba: la única salida la da siempre y exclusivamente el Partido Comunista.

La obra era una crítica mordaz al sistema capitalista norteamericano, nada tuvo de “filosofía burguesa decadente”, como mañosamente lo enjuiciaban los comunistas ortodoxos. De cualquier manera con esta obra se señalaba ya un incipiente Revueltas dramaturgo, que sumaba sus aptitudes al trabajo literario y cinematográfico ya consolidados. Israel ganó el premio al ser editada por la Unión Mexicana de Autores y su publicación y lectura compensaría, en parte, las escasas representaciones, pues no llegó ni a una decena de éstas.



Los días terrenales

En 1949 Revueltas le robará tiempo al tiempo (y palabras y hojas a sus guiones cinematográficos), y al final de éste tendrá lista su novela Los días terrenales, que causará estupor entre “las buenas conciencias revolucionarias”, y a la cual consideró la mejor obra realizada, la mejor trabajada, de la que esperaba una buena aceptación para el desarrollo de su estilo y pionera del estilo urbanístico de la Ciudad de México.

En la novela se realiza una crítica abierta a los conflictos políticos de algunos integrantes del PCM. A manera de verse reflejado en un espejo, Revueltas se habla y se contesta y no deja ver un consentimiento o caricia ideológica a quienes convirtieron en una religión del montón la lucha revolucionaria. A través de sus personajes, José Revueltas muestra el dogmatismo que caracterizó a los seguidores de Moscú, y da cuenta de la persecución feroz de la que fueron víctima otros comunistas (¿tendrá en mente a su viejo camarada Evelio Vadillo?).

Señala las purgas y procesos que impidieron la realización del sueño e ilusión socialista. En Los días terrenales, aparece ya un México urbano, retrato vivo de barrios llenos de miseria y mucho muy lejos de las ilusiones desarrollistas implantadas por el régimen alemanista, que representaba tan bien al sistema capitalista local. Esta novela retrata el mundo sórdido del lumpen urbano, así como sus interacciones con los obreros y los campesinos; en suma, un pictodrama social del México de mediados del siglo XX. Al igual que Israel, se da una fuerte crítica al sistema capitalista y se mete el dedo en la llaga con una autocrítica al totalitarista sistema socialista implantado en la URSS, que no admite un resquicio de crítica democrática al sistema. Por esto, por señalar la autocrítica, Revueltas es señalado por los “religiosos comunistas” como un filósofo aburguesado existencialista, que todo lo quería solucionar en la inmediatez y en beneficio personal.

Al respecto, para iniciar y concluir esta novela, Revueltas dijo que tuvo que dejar de trabajar en el cine durante siete meses, sin traducirse ello en ningún beneficio económico inmediato, ni mediato ni a largo plazo. Sólo utilizó la libertad que requería como escritor para efectuar una crítica al tiempo y al momento que le correspondió vivir.



El cuadrante, gota que derrama el vaso

A principios de 1950 José Revueltas se encuentra preparando una obra teatral, El cuadrante de la soledad, que al decir de Diego Rivera impulsaría el incipiente teatro revolucionario y de denuncia que se necesitaba en el país. Revueltas apenas se está recuperando de la escalada de agresiones que tuvo su confrontación con el monopolio Jenkins y ve la posibilidad en esta obra como un respiro y un reposo en contra de las andanadas que le impusieron en el ambiente cinematográfico, a la par de que inicia con éxito la distribución de su recién editado libro, salido en noviembre de 1949 de imprenta, Los días terrenales.

De esta manera, Rivera se convierte en su principal animador y le propone ser él mismo quien le diseñe la escenografía para su obra de teatro urbana, e incluso le sugiere que sea en un verdadero teatro su estreno, ya que el espacio que le proporcionaba el auditorio del SME no reunía los requisitos para tan magna obra que se veía germinar en la inspiración de José Revueltas, y lo pone en contacto con quien manejaba el Teatro Arbeu, para que no tuviera ningún impedimento en la puesta de la obra.

Así se fue preparando lo que se convertiría en un acontecimiento teatral del año por muchas circunstancias, como el tema tratado (los bajos mundos), el elenco (Rosaura Revuelta, Prudencia Griffel, Virginia Manzano, Silvia Pinal, José Solé, Rafael Blanquells, Manolo Calvo y Wolf Ruvinskis), la escenografía (de Rivera), el autor, la dirección (de Retes) y sobre todo la respuesta del público que, llamado por estos innumerables aspectos, abarrotaron el butaquerío, alcanzando en temporada de lluvias el centenario de presentaciones, récord hasta este momento no alcanzado por autor nacional.

El cuadrante fue la obra de teatro de José Revueltas con la que supuestamente despegaría en el ambiente, pero contradictoriamente él mismo enterraría para siempre su actividad en los escenarios teatrales, a diferencia deIsrael aquí se maneja un tema y un ambiente perfectamente conocido por el autor: barriadas de la Ciudad de México, prostitutas, homosexuales, militantes políticos, personajes deformados física y moralmente (temas y personajes que lo perseguirían toda la vida), un lenguaje que fluía de manera elocuente para la obra revueltiana.

Sobre El cuadrante Revueltas decía que no era una pieza con la que se pidiera el aplauso, sino que es una obra escrita en la que principalmente pretendía perturbar y desazonar a los otros (al público asistente), “tanto como yo lo estoy, desnudo y sin espada, dispuesto a combatir... si hay alguna tarea para el arte, ninguna mejor que ésta, quizás la única, hoy, en este lado del mundo. Si el arte la cumple, entonces el ciudadano acudirá a los jueces, a los sacerdotes, a los maestros, a los gobernantes, para preguntarles ¿qué han hecho del hijo del Hombre?”

Celestino Gorostiza, en su Teatro mexicano del siglo XX, señaló que la obra mostraba una visión más que panorámica de los barrios populares de la Ciudad de México, por la utilización de escenarios simultáneos, invención hasta el momento no aplicada en los escenarios, “técnicamente ambiciosa la obra alcanzó un éxito halagüeño, y si no puede considerarse como una obra totalmente lograda, si marcó rumbos y posibilidades que autores de cuño reciente han utilizado provechosamente”.

Echado el ánimo hacia delante se puede decir que Revueltas estaba, por fin, triunfando, pero justamente en este periodo de “bonanza” fue cuando más se recrudecieron las crítica en contra de él, salidas de sus amigos (por ejemplo Enrique Ramírez y Ramírez), y excompañeros (miembros del PCM), que todos lo tacharon de seguir la filosofía del existencialismo, que, según ellos, no ofrecía nada como alternativa (¿existían en ese momento, o en este momento, alternativa?) y ya se habla de un Revueltas decadente.

Tal vez mal comparado con obras teatrales que se ponían en escena por aquel entonces en varios teatros mexicanos por compañías nacionales (La prostituta respetuosa, Muertos sin sepultura y Las manos sucias, todas de Jean Paul Sartre), pero sobre todo sin entender el momento que se estaba viviendo entonces, simplemente por tener que linchar a quien “se salía” de las normas ortodoxas.

José Revueltas aplastado moralmente realiza algo nunca antes visto por un creador: pedirle a la editorial que le publicó Los días terrenales que sacara de circulación los libros que ya estaban en librerías, y a sus compañeros de teatro que lo perdonaran pero que daba por terminada la puesta de El cuadrante de la soledad, justo cuando van a montar la placa de las primeras 100 representaciones, y que en adelante él “revisará su vida y obra para no ser considerado un paria de la sociedad”.

Tres fueron los frentes que se abrieron está ocasión contra Revueltas:

  1. Sus antiguos compañeros de partido. Por medio de La voz de México, el pleno del PCM renegaba de lo que fue Revueltas en el pasado, aseguraba que las “caricaturas” que nombraba como miembros del PCM eran invenciones de la mente perturbada de un desviado social, como lo era sin duda José Revueltas, a éste había que quemarlo en leña roja y prácticamente lo borrarían de la historia gloriosa del PCM.

  2. Sus compañeros de partido. A través de El Popular, y a expensas de Vicente Lombardo Toledano, su camarada (y también expulsado del PCM) Enrique Ramírez y Ramírez, pidió a José Revueltas que recapacitara, que se puede tener errores y que éstos, cuando son reconocidos, se pueden perdonar, que aún está a tiempo de retomar la sendera del país, de la nación, porque José Revueltas no es mal revolucionario, sino está un poco perturbado por andar en un mundo ilusorio y mentiroso como lo es el cine y el teatro.

  3. Intelectuales políticos integrados al sistema. En este caso El Nacional fue el conducto que se utilizó para atizar aún más la figura de José Revueltas, el alemanismo tenía cuentas pendientes con él, los fidelistas de la CTM querían hacer carrera larga en la política y mostrarse altaneros con los que molestaban a los señorones de la política priísta, era esta su principal virtud para reptar en la escala política priísta del sistema, y en este caso Revueltas fue un blanco perfecto (vid. Revueltas y el cine VII. Contra Jenkins).



Tres clavos que esperaban el cuerpo inerme para colgarlo en la cruz

Revueltas en este momento simple y sencillamente retrató (en sus obras de teatro y en su recién editada novela) lo que sus ojos vieron y sintieron: un fin de guerra mundial; un hombre solitario; un futuro incierto; una explosión económica capitalista que “auguraba” placenteros y dorados sueños de nuevas clases sociales en ascenso (la clase media), y al mismo tiempo ocultaban , como vergüenza y lacra social, como si esto no fuera una consecuencia lógica de ese derroche económico denominado desarrollismo (aunque en México denominamos corrupción), los infinitos cinturones de miseria que de manera explosiva e incontrolable comenzaban a crecer en las principales ciudades del mundo, de la cual México no era la excepción; y por último la complicidad y el colaboracionismo latente que se dio entre los países que ganaron la Segunda Guerra Mundial, para no exponer las crisis de los sistemas que gobernaban esos países.

Si no ¿por qué en Inglaterra, por órdenes del mismísimo primer ministro Winston Churchill, decreta que bajo ninguna circunstancia se imprima o se difunda opiniones de George Orwell, que desde 1945 trata de publicarRebelión en la granja, y en 1949 su obra 1984, y todo por no molestar a sus aliados rusos? Al final el escritor logra publicar, aunque se decomisa por varios años sus libros.

O pensar en Octavio Paz, que en estos momentos tiene artículos que lleva compilando por más de diez años y que denuncian campamentos de trabajo forzado en contra de opositores políticos a Stalin en la URSS, y que en México no encuentra ningún editor que se atreva a publicarlo, y al buscar en los EEUU la opción natural para ello, le acontece exactamente lo que a Orwell en Europa, y casi clandestinamente, con el apoyo de Sur, en Argentina salen algunos documentos sobre el horror soviético.

En esta etapa es posible que hubiera un acuerdo secreto entre las potencias (los Aliados con Stalin) para colaborar estrechamente y aplastar definitivamente la industria, la economía y la sociedad alemana, unos años después se desataría la contraparte anticomunista (el macartismo que sería la reacción al apoyo que se dio al estalinismo), que se desataría con la muerte de Stalin (1952), pero principalmente por descubrir que la URSS poseía ya una bomba atómica.

Las mentes brillantes fueron aplastadas por las potencias y el cuidado de sus intereses. Lo peor que puede suceder a los escritores libres es ceder ante el poder y sufrir las consecuencias, en el caso de Revueltas pasó algo peor: se autocensuró y aceptó todas las culpas con que se le señaló. Vivió con enorme terror intelectual el señalamiento del mismísimo Pablo Neruda (sumo pontífice de Moscú en Latinoamérica en esta triste y dogmática época), que se sumó al linchamiento contra Revueltas y moralmente lo tachó de no ser el hombre limpio y honesto que los hermanó “algún tiempo”, y todo por haber escrito “una obra que no puedo ni pronunciar, ni quiero repetir”, al decir del moralista Neruda, que ni merecía estar en los anales de la historia de la literatura mexicana.

Las otras dos obras de teatro de José Revueltas son Nos esperan en abril, de 1956, nunca puesta en escena, yPico Pérez en la hoguera (el título original fue Pito Pérez en la hoguera, pero los herederos de José Rubén Romero no dieron el permiso para que la obras se llamara así), ésta sí se estrenó, pero hasta 1975.


 
 
 

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