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Revueltas y el cine I

  • Elías Razo Hidalgo
  • 10 abr 2016
  • 5 Min. de lectura

José Revueltas plantea su contacto con el cine en la convulsa ciudad de Durango de su infancia (1914-1920), cuando acudía, teniendo cinco o seis años apenas, a la plaza en donde exhibían tomas quizás hechas a revolucionarios mexicanos, o vistas europeas o norteamericanas que eran proyectadas de manera gratuita en sábanas que colgaban al centro de la plaza principal.


Entonces, dice, era como arte de magia ver el movimiento de las imágenes gigantes plasmadas en las pantallas improvisadas en la noche de la plaza de Durango, ambientadas siempre con una pianola que daba gracia a los movimientos exhibidos. Justo lo que en esos momentos estaría haciendo su hermano mayor, Silvestre Revueltas, en salas de exhibición en los Estados Unidos, en donde daba vida a las incipientes cintas de cine norteamericano, con lo que se ayudaba económicamente para sobrevivir y sostener parte de sus estudios en el país del norte.


Ya con la familia instalada en la Ciudad de México (1920) recuerda que iba al Mercado del Volador a adquirir metros de cortes de cintas italianas que posteriormente proyectaba en la sala de su casa de la colonia Roma, con la ayuda de un proyector que dependía de la luz emitida por una lámpara de alcohol, que al poco tiempo le adaptó una bombilla de luz eléctrica para darle mayor dinámica a su rudimentario “invento”.


El aparato original seguramente lo adquirió su padre y lo obsequió a su pequeño hijo, en el que descubrió inquietudes que habría que apoyar, como lo había hecho anteriormente con Silvestre y Fermín, hermanos de José, a los que incentivó siempre para que desarrollaran sus inquietudes artísticas en música y pintura, respectivamente, y que para esos momentos ya habían desarrollado sus carreras.


Chaplin y Mary Pickford fueron parte de la formación del pequeño José Revueltas en la apreciación cinematográfica silente, asimismo las grandes producciones italianas, que revolucionaron la industria y la lógica de distribución por todo el mundo.


De cómo José Revueltas se envuelve en el cine en su formación política y literaria

Iniciaba doña Romana Sánchez el año 1935 ya con la seguridad de que su hijo estaba vivo después de no saber de él durante cuatro meses, aunque había estado preso en la Islas Marías, por informes que le enviaron de manera cuasi clandestina grupos de cristeros que tenían a gente en estas islas penitenciarias. La matrona difundió la noticia entre sus hijos para que dejaran de buscar al inquieto veinteañero José, del cual no tenían noticias desde mediados del año 34, cuando a su suerte lo abandonaron sus camaradas comunistas en el norte del país, y desde entonces se perdió todo contacto sobre él.


Ahora se sabía que José Revueltas, junto con cinco de sus compañeros del Partido Comunista, pasaba a sus veinte años su segunda temporada en el Archipiélago carcelario del Pacífico, ya podría dormir con tranquilidad su madre, al tener la certeza de donde estaba su hijo.


A principios de diciembre de 1934, en un intercambio epistolar, José le escribía a su hermana Rosaura (cuatro años mayor que él). Justificaba su estancia en las Islas como una prueba que forjaría su carácter revolucionario. A su vez, Rosaura le recriminaba su excesivo obstinamiento por el sistema soviético, le recomendaba lecturas de revistas alemanas, que reseñaban las calamidades de la repúblicas socialistas, aunque en el fondo lo animaba a que no desfalleciera en su lucha y le deseaba un pronto retorno a casa.


En febrero de ese año, ya fuera de las Islas Marías, en un estado de salud lamentable, contagiado de paludismo que lo hacían ver cadavérico, José Revueltas requirió los máximos cuidados maternos. Pero poco tiempo después vuelve a su vida social activa, ya no sería el mismo, o más bien el confinamiento carcelario le daría nuevos bríos para retomar su lucha y le despertaría los ímpetus de escritor en que vertió su tiempo desde esos momentos. De las Islas Marías volvió el escritor naciente.


Trae dos borradores de libros que, piensa, puede editar en breve. Uno será un clásico carcelario desde entonces,Los muros de agua, el otro se lo robarían para siempre en la estación del tren de Guadalajara, El quebranto (de la que se llegó a publicar sólo el primer capítulo en su volumen de cuentos Dios en la tierra). Quiere mostrarlos a sus hermanos (Rosaura, Fermín y Silvestre) para que le hicieran observaciones, pero el asunto queda pendiente por varios años.


Silvestre, cargando el peso de ser el hermano mayor y tal vez a expensas de la súplica de la madre, invita a José a que sea su acompañante durante las tomas de filmación que le hará Fernando de Fuentes, que está realizando el rodaje de la cinta Vámonos con Pancho Villa (1935), misma que musicalizará en la postproducción. Le informa que está trabajando en su casa, con una moviola que le prestaron para darle ritmo musical a otra película sobre una revuelta de pescadores de Veracruz y que mucho le gustaría que viera: se refería a la cinta Redes (1936), que dirigen Fred Zinneman y Emilio Gómez Muriel, y que a propuesta de Carlos Chávez le encomendaron musicalizar a Silvestre.


Esto puede considerarse el coqueteo formal de José Revueltas con el cine. Ver a su hermano actuar de pianista en una cantina tomada por las huestes villistas, en donde de manera comedida pide por medio de un cartel no le disparen mientras toca, pero y sobre todo ver escenas y permitirse imaginar las melodías que le tarareaba Silvestre de la cinta Redes, es lo que lo envuelve en sus añoranzas infantiles, cuando en la sala de su casa proyectaba a la familia Revueltas Sánchez sus metros de películas adquiridas en el Volador. Vuelve a los tiempos de la infancia en retrospectiva al verse inquieto y a viajar con la imaginación a lugares que sólo con la ayuda del cinematógrafo se puede acudir, rememorar al padre muerto 13 años atrás, que gustoso veía al niño José instalar su proyector y esperar la proyección de las imágenes en movimiento.


Si a esto le agregamos el impacto que José Revueltas recibió en 1933, al tener la oportunidad de ver proyectadasEl prisionero 13 y El compadre Mendoza, ambas dirigidas por Fernando de Fuentes, podremos considerar un bautismo privilegiado el que le da el medio a José Revueltas, además de ser un testigo del parteaguas que fue desde entonces el cine mexicano.

Ver a su hermano Silvestre ilusionado por la solicitud que le hacían de participar en el cine, y darse cuenta de la posibilidad de expresión que se tenía con este medio, es lo que hace que José Revueltas decida usarlo como un medio por el cual verter sus ideas estéticas y políticas en el futuro. Es así como José Revueltas entra al cine, por una influencia directa y contagiado con la postura de compromiso estético e ideológico que su hermano, de manera indirecta, le convida.


Diez años le llevaría volver a ese medio. Mientras tanto continuará con su preparación de militante empedernido (viaja a la URSS a mediados de 1935, regresa con nuevas ideas antidogmáticas y siempre renovadas), prepara su entrada formal con el círculo de escritores mexicanos, en donde inauguraría su obra con la conclusión de la secuela de los novelistas de la Revolución mexicana con El luto humano de 1943, que también abre de par en par el estilo de escritura de realismo social, cuestión que refrescará las historias y las formas de contarlas en el cine mexicano, como se irá revisando.



 
 
 

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